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Writer's pictureMarta Hincapié Uribe/realizadora

Detrás de las razones del lobo

Updated: Aug 11, 2020


“Esta mano nerviosa y pequeña que todos ven, esta mano de uñas pintadas y piel frágil ha cometido sin temblar oscuros asesinatos fracasados y algún suicidio rencoroso en el abandono de la almohada y las lágrimas...” María Mercedes Carranza.

Tengo la misma edad de la guerrilla de las FARC, pero mi cuerpo no tiene las huellas de la guerra. La he vivido desde la trinchera de la ciudad, la he visto en las noticias, de oídas. He llorado por ello, pero no sobre la tumba de un hijo, de una madre o de un hermano.


Este proyecto surge del proceso de las negociaciones de paz. Pero esta idea no es producto de una elección voluntaria, sino que nace de un rapto (mito griego) originado por la evocación de un recuerdo de infancia lleno de significado. Como todo rapto es doloroso, secreto y vergonzoso, pero conduce hacia una vida más consciente, a reencontrar el sentido de la experiencia sufrida: tras aceptar mi humana y niña capacidad de indiferencia y de crueldad, me obliga éticamente, tras los años, a preguntarme por las razones del lobo.


Yo tenía 7 años, era domingo día de elecciones; mi papá salió temprano a votar por Pastrana candidato conservador, el último candidato del Frente Nacional. Pastrana se enfrentaba al populista General Gustavo Rojas Pinilla quien representaba el movimiento Alianza Nacional Popular (ANAPO). Mi mamá al escondido de mi papá nos montó a mi hermana y a mí en un bus de transporte público. En una aventura emocionante, pegamos en los espaldares de las sillas volantes en mimeógrafo que decían: NO VOTE, NO APOYE LA TIRANÍA.


Ese día hacía un sol radiante y como de costumbre los domingos fuimos a almorzar al Club, en medio de la tarde calurosa fui a jugar con una amiga al estanque de un jardín, la reté a saltar de orilla a orilla, lo hice de primera como una gacela, ella me siguió temerosa pero resbaló, patinó un rato en la piedra lamosa, empezó a chapucear de pies y manos implorando mi ayuda. Yo me quedé mirándola sin hacer nada, con alevosía le di la espalda y la dejé ahí, abandonada a su suerte sin volver a mirar atrás. Huí y me escondí entre los árboles del campo de golf, jugué con la idea, me convencí y esperé a que en cualquier momento la encontrarían muerta flotando en el estanque.


Decidí volver y no contar lo que había pasado, acaso como coartada para mi inocencia. Mientras me acercaba a la terraza de la piscina, de lejos creí ver a mi amiga en el regazo de su madre, permanecía inmóvil envuelta en una toalla como amortajada y alcancé a disfrutar que fuera cierto, que mi amiga de cinco años había muerto retada por mí y luego abandonada a su suerte chapaleando entre el pantano y la lama del jardín del club. Me acerqué con cautela, pero de pronto vi que alguien dentro de la toalla se movía. Solo en ese momento reaccioné y reconocí, para mi sorpresa, como la madre consolaba a su hija mientras comía alegremente una empanada. Yo miré el suelo y apuré el paso hacia mi mamá. Ella sólo preguntó qué me había hecho y me acarició en silencio. Yo seguí mirando incrédula desde el hombro de mi madre, a mi amiga entre una toalla y con el pelo mojado y ¡viva!

Ese domingo día de elecciones de 1970, había miedo en el ambiente. Y las cosas empeoraron cuando Pastrana ganó las elecciones por poco margen y fue acusado de fraude. Como reacción a estos hechos, algunos miembros de la ANAPO en alianza con antiguos integrantes de las FARC formaron el movimiento guerrillero 19 de Abril (M-19).

En ese entonces Medellín era un pueblo grande y apacible, todavía no estaban hacinadas sus laderas y el asesinato de una sola persona era un acontecimiento en los periódicos.


Fotograma de la película.


Han pasado casi cien años de su fundación y el club sigue ahí anclado como una postal, un pequeño paraíso intocado ofreciendo privilegios, de espaldas a la ciudad que quintuplicó en un par de décadas su población, producto de los desterrados del campo por la violencia.

Yo viví en esos dos mundos, en un constante sentimiento de contradicción: tuve un padre político conservador que fue alcalde de Medellín y una mamá intelectual de izquierda (la hoy reconocida María Teresa Uribe), profesora universitaria e investigadora de la violencia.


Tuve unos padres que lograron desde la más inconmensurable diferencia quererse y construir una relación de amor y respeto que se mantuvo por más de 50 años. Mi mamá además de llevarnos al club, nos hablaba de la injusticia social, de la lucha clases, de las raíces profundas de la violencia y de la inminente posibilidad de la llegada de la revolución.


En mi infancia tuve un gesto que mejor resume mi sentimiento de contradicción. Cuando en un arrebato les rapé el pelo al cero a la mitad de mis muñecas. Me tomé el trabajo de hundir por los orificios hacia adentro de las cabezas plásticas los pelos sobrantes. Mi mamá me preguntó: “¿por qué había hecho semejante barbaridad? ” Y mi respuesta fue: “muy sencillo mamá, la mitad de mis muñecas, las que tienen pelo, son para mí y las otras, las rapadas, esas se las dejo a la revolución!”


Aquella experiencia de indiferencia en mi infancia cuando “quise matar” a mi compañera de juego en un estanque del club, aún no suponía una toma de conciencia de lo que había vivido: ¿de dónde provenía mi crueldad? ¿Por qué lo proyecté en esa niña rubia como yo? ¿Por qué me valí de sentirla más frágil, más sobreprotegida que yo? En los días posteriores a la asociación de ese evento del pasado con el presente del país he pensado que para reconocer la crueldad debía verla antes en otros (en el odio de la guerra).


Sólo adquiere consistencia real aquello que reconocemos una vez vivido. Primero reposa dentro sin que podamos nombrarlo, luego surge de improviso como imagen, y lo que a otros les ocurre se abre paso en nosotros mismos en forma de recuerdo, entonces es algo real, asociado a lo más cercano vivido en “carne propia”. Este documental pretende entender las razones profundas mis actos y en ellas, llegar a entender las de los otros.


Cuando mi mamá me contaba el cuento de Caperucita y el lobo, me decía que lo conocido del cuento era que el lobo se había comido a Caperucita, que esa era la versión de Caperucita, pero nunca nos preguntábamos por las razones del lobo ¿Por qué un ser humano puede llegar a cometer un crimen atroz? Si nos preguntáramos por las razones que lo llevaron a cometer ese acto, tal vez lo podríamos mirar distinto y empezar a entender sus razones.

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